La alegría no es algo que viene naturalmente. De hecho, es una elección. Tenemos que elegir en el camino para regocijarnos: “También nos alegramos … porque sabemos …” (Romanos 5: 3 NTV).
Regocijarse viene de recordarte algo que sabes. Cuando se trata de adoración y los sentimientos, hay un principio similar.
Es sorprendente cuántas veces en las Escrituras se nos manda adorar, y no es solo si se nos antoja a hacerlo. A lo largo de los Salmos, se le dice al pueblo de Dios que levante sus manos en adoración, que cante en voz alta, que grite, que aplauda, incluso que baile.
Se nos ordena hacer estas cosas, nos guste o no, porque la adoración es una opción. En la adoración, elegimos regocijarnos, por fe, en una realidad que Dios declara ser verdadera. A veces esa elección se alinea con nuestros sentimientos. Y aveces menudo esa elección desafía nuestros sentimientos.
Muchos de nosotros vamos a la iglesia pensando en cómo nos sentimos. Pero adorar no es un reflejo de cómo nos sentimos; es un reflejo de lo que sabemos que es verdad y lo que Dios ha prometido en su Palabra. Es una declaración de lo que Dios merece.
Esto es lo que Dios a menudo (y con gracia) permite que suceda: Como lo declaramos, comenzamos a sentirlo. A veces, incluso la postura e intenciones de nuestro cuerpo guiará nuestro corazón, esta es una de las razones por las que se nos manda levantar las manos y gritar en adoración.
Cuando me arrodillo en oración, me siento sumiso delante de Dios. Cuando levanto mis manos, me siento rendido. Cuando abro mis manos, me siento necesitado.
La postura guía el corazón.
La adoración no es una representación de nuestros sentimientos, sino una declaración de nuestra fe.
Es una declaración desafiante de que “no soy como me siento. Mi vida no es lo que las circunstancias muestran que es. Lo que Dios dice que es verdad es verdad, y voy a actuar como tal “.
Adorar a pesar de nuestros sentimientos es una pelea, pero es una pelea divina. Y es una lucha por vivir con alegría.
Elegir luchar por la alegría es muy importante cuando estamos caminando a través de una temporada de profundo sufrimiento. Cuando sufrimos, es muy fácil permitir que nuestras circunstancias nos definan y se conviertan en nuestra identidad: “Soy un niño sin padre”. “Soy alguien con una enfermedad terminal”. “Soy una divorciada”.
En esos momentos, la adoración es una declaración de que si bien el sufrimiento puede ser parte de nuestra historia, no es toda nuestra historia.
La adoración vuelve a centrar nuestra identidad en quienes somos en Cristo y declara desafiante la victoria que tenemos en él. Reescribe nuestras vidas y retera la verdad que Dios provee en su palabra hacia nosotros.
Así que, cuando te sientas triste, desafiado, inseguro… Adora a Dios. Recuerda que adorar es una elección.