BlogInspiraciónMinisterio nadia junio 17, 2016
Jonathan Edwards fue un joven apasionado por la presencia de Dios, un joven que lo único que su corazón deseaba era ver un avivamiento. Edwards ha sido reconocido como uno de los más grandes avivadores en la historia de los Estados Unidos.
Ninguno tenga en poco tu juventud, sino sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza. 1 Timoteo 4:12
Jonathan Edwards, nació el 5 de octubre de 1703. Su padre fue Timothy Edwards, un pastor de East Windsor, Connecticut y su madre, Esther Stoddard, hija del reverendo Solomon Stoddard, de Northampton, Massachusetts.
Jonathan Edwards amaba a Dios, no sólo con todo su corazón y con toda su alma, sino con todo su entendimiento. Su vida, fue un claro ejemplo de consagración, incluso se dice, que su alma fue un santuario del Espíritu Santo.
Su vida familiar, el ejemplo de su padre como pastor de una iglesia durante 64 años y la sabiduría de su madre, hija también de un pastor, y todo su entorno, es lo que le enseñó a a Edwards a buscar de manera apasionada a Dios. Las oraciones de sus padres fueron perseverantes, para que su amado y único hijo varón de entre 11 hermanas, fuese lleno del Espíritu Santo y llegara a ser un gran hombre de Dios. Pero no sólo fueron las oraciones elevadas a Dios con fervor lo que llevó a Jonathan a cumplir con el deseo de sus padres, sino que también fueron diligentes al educarlo con mucho celo para el servicio a Dios. Aquellas oraciones y las enseñanzas de sus padres, hicieron que Jonathan Edwards conociera a Dios de manera íntima cuando aún era muy pequeño.
A la edad de 8 años, experimentó un avivamiento en la iglesia de su padre, por lo que estaba acostumbrado a buscar la presencia de Dios en oración cinco veces al día, e incluso, había ocasiones en que invitaba a otros niños a ese tiempo de intimidad.
Una de sus palabras fue:
“Sentía la presencia de Dios hasta arderme el corazón y abrazarme el alma de tal manera que no sé cómo describirla”.
Antes de cumplir 17 años, se graduó de la Universidad de Yale, con las más altas calificaciones. Fue un excelente estudiante, pero también dedicaba tiempo para estudiar la Biblia diariamente. Dos años más tarde fue elegido para el ministerio.
Cuando tenía 20 años escribió:
“Me dediqué solemnemente a Dios y lo hice por escrito, entregándome yo mismo y todo lo que me pertenecía al Señor, para no pertenecerme más en ningún sentido. Para no consolarme como el que de alguna u otra forma se apoya en algún derecho, presentando así una batalla contra el mundo, la carne y Satanás hasta el fin de mi vida”.
Su secreta y constante comunión con Dios hacía que su rostro resplandeciera delante de los hombres, y su semblante, sus palabras, apariencia y todo su comportamiento, estuvieron siempre revestidos de seriedad y de la gloria de Dios.
A los 24 años se casó con Sarah Pierpont, juntos procrearon 11 hijos. Ella fue una mujer de carácter jovial y alegre. Fiel esposa y colaboradora de Jonathan Edwards. Fue un gran ejemplo de mujer, enteramente entregada al servicio de Dios. Madre, esposa y mujer sabia en el hogar en lo que se refiere a la educación de sus hijos y la administración de su economía, siguiendo las enseñanzas de Cristo.
Juntos tuvieron experiencias gloriosas durante la oración. De hecho, en un periodo de 3 años y a pesar de gozar de perfecta salud, ella se quedaba sin fuerzas, debido a las revelaciones poderosas que ambos vivían.
Jonathan Edwards, acostumbraba a pasar largo tiempo meditando en la Palabra de Dios. Invertía 13 horas diarias de oración y ayuno. Este fue el secreto de su ministerio. Todas sus batallas fueron ganadas de rodillas y con el estudio de la Biblia. Su esposa, también lo acompañaba diariamente. Pero Edwards, también buscaba pasar tiempo con su familia, dejando todo para estar solo con ellos.
Sus sermones estaban llenos de unción, verdad y poder, que tocaban el corazón de las personas inmediatamente.
“Pecadores en las manos de un Dios airado”, fue uno de los sermones más famosos de Jonathan Edwards, debido a que durante el servicio la gente comenzó a gemir de tal manera que parecía como si Dios les hubiera arrancado un velo de sus ojos, ya que podían ver claramente como una especia de lago de fuego. La gente tenía que sostenerse fuertemente de los pilares y de los bancos de la iglesia por el temor a caer. Allí comenzó el avivamiento, el cual fue llamado “El gran despertamiento”.
Edwards nunca abandonó la costumbre de buscar en la intimidad a Dios y meditar en las Escrituras. E incluso, solía ir a los bosques de manera solitaria para poder tener comunión con Dios.
A los 34 años de edad, cuando entró en el bosque a caballo, allí, postrado en tierra tuvo una visión preciosa durante una hora, donde le fue revelada la gracia y el amor de Cristo como mediador.
Fue uno de los mayores avivamientos de los tiempos modernos. Pero no fue debido a las célebres predicaciones de Edwards, sino la obra del Espíritu Santo en el corazón de la gente esparciéndose por toda Nueva Inglaterra y por las Colonias de América del Norte, llegando hasta Escocia e Inglaterra.
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